Translate

viernes, 14 de diciembre de 2007

Reconstrucción y análisis de la concepción de la belleza en la Analítica de lo bello en Kant.


Kant utiliza en su Analítica de lo bello un tamiz que le sirve para sacar a relucir la belleza y el juicio de gusto, facultad de juzgar lo bello; entre lo verdadero, lo bueno y lo agradable. Ello lo hace en cuatro momentos, cada uno representado por una categoría: de cualidad, de cantidad, de relación y de modalidad.
Según la cualidad, el juicio de gusto se diferencia del juicio de conocimiento en que no tiene en su base concepto alguno del sujeto. La representación no tiene mediación de ningún concepto, sino que se relaciona inmediatamente con el sentimiento de placer o displacer del sujeto. En este sentido, la base determinante (del juicio estético) no puede ser más que subjetiva. Se funda así una facultad totalmente particular de discernir y de juzgar, que no añade nada al conocimiento, sino que se limita a poner la representación dada en el sujeto frente a la facultad total de las representaciones, de la cual el espíritu tiene conciencia en el sentimiento de su estado. Esta inmediatez de la representación en el juicio de gusto también implica una diferencia con respecto a la representación en el juicio ético; ya que, en la ética, al contrario que en el ámbito estético, el sentimiento de respeto a la ley moral está condicionado por el pensamiento del primado de la razón práctica. Otra diferencia entre lo estético con respecto a lo ético es que la satisfacción estética carece de interés, carece de la satisfacción que unimos con la representación de la existencia de un objeto; es desinteresada, mientras que la satisfacción en lo bueno va siempre unida a interés. Tanto lo bueno para algo (lo útil) como lo bueno en sí (ética) encierran siempre el concepto de un fin, por lo tanto, la relación de la razón con el querer y consiguientemente, una satisfacción en la existencia de un objeto o de una acción, es decir, un cierto interés. En este sentido, hay que señalar que el interés ético, al contrario que el interés de lo útil o de lo agradable, supone un interés de la simple razón práctica que sea puro e independiente de los sentidos. Dicho desinterés de lo estético separa también, como no podría ser de otra manera, a lo bello de lo agradable, aquello que place a los sentidos en la sensación. El interés de lo agradable es un interés sensual: de aquí que se diga de lo agradable, no sólo que place, sino que deleita. No es un mero aplauso lo que se le debe dedicar, sino que por él se despierta una inclinación; y a lo que es agradable en modo vivísimo está tan lejos de pertenecer un juicio sobre la cualidad del objeto, que aquellos que buscan como fin sólo el goce se dispensan gustosos de todo juicio. Entonces, en definitiva, el sentimiento de placer que genera una obra de arte es libre porque no está sometido ni al deseo instintivo ni al concepto.
El mencionado subjetivismo que se da en el sentimiento estético tiene por consecuencia que el juicio de gusto no aporte conocimiento alguno. Bien, pero ello no impide que el juicio estético, según la cantidad, posea pretensiones de universalidad; como lo prueba el que no admitamos que nadie nos contradiga cuando asentimos que algo es bello. Bastaría que alguien discutiera la belleza de “Conversión de San Pablo” o de la catedral de Barcelona para que se ganase las miradas de estupefacción de todos. Así, el que juzga en este ámbito hablará de lo bello como si la belleza fuera una cualidad del objeto y el juicio fuera lógico, aunque sólo es estético y no encierra más que una relación de la representación del objeto con el sujeto. Ahora bien, descartado que el juicio de gusto tenga que ver con lo agradable o con lo bueno, la universalidad del juicio no podría fundarse ni en el agrado de todos ni en la bondad de los fines, tópicos que se habían venido recogiendo en fórmulas del tipo deleite y enseñanza. Llegados a este punto no sabríamos cómo es posible dicha universalidad; podemos observar, para tratar de salvar lo anterior, que el carácter de sintético se encuentra en que el juicio de gusto establece una relación entre la representación y el estado sentimental del sujeto; y, el a priori, radica en el desinterés y la universalidad ya mencionados. Así tenemos una universalidad subjetiva. Ahora bien, ¿un juicio referido al sujeto puede ser universal? Cómo se ha discutido en ciertos foros, quizá el paso decisivo lo hace Kant al determinar el sentimiento estético como una relación de las facultades de representación unas con otras. Dicha relación se da como un juego libre: las facultades de conocer, puestas en juego mediante esa representación, están aquí en un juego libre, porque ningún concepto determinado las restringe a una regla particular de conocimiento. Tiene, pues, que ser el estado de espíritu, en esta representación, el de un sentimiento del libre juego de las facultades de representar, en una representación dada para un conocimiento en general. Entonces, el juego libre no se restringe a ningún campo (como lo sería, por ejemplo, el de los conceptos del entendimiento), sino que abarca la totalidad de las facultades. Por otro lado, el libre juego de las facultades es el libre juego de la representación. Sus imágenes incitan a pensar sin que tal pensamiento pueda ser nunca concluido. El juego libre es el juego de las direcciones en que la conciencia crea contenido. Lo cual nos prepara la respuesta a la cuestión sobre la posibilidad de la universalidad subjetiva, ya que este juego supone la capacidad de comunicación universal del estado del espíritu. Luego, en cuanto comunicable, el juego libre se hace universal. Y esta comunicabilidad es, además, valedera para todo conocimiento en general (recordamos que Kant dice que la representación es una representación dada para un conocimiento en general). En el juicio de gusto, pues, encontramos dos componentes: una representación por un lado y un sentimiento por otro. Dicho sentimiento se determina: como juego, como universalmente comunicable y como placer. Pues bien, el juicio de gusto supone precisamente la unificación, la síntesis en una proposición, de la representación y de la relación de esta representación con el sujeto. Por ello el juicio de gusto precede al sentimiento de placer, porque en el sentimiento de placer hay ya un juego libre y una comunicabilidad previas.
Cuando Kant trata de los juicios de gusto según la relación de los fines que es en ellos considerada, es decir en el tercer momento de la analítica de lo bello; dice que la mencionada comunicabilidad universal hace que el juicio estético sea justamente eso: un juicio. Pero, por otro lado, la pretensión de ser estético se funda en el a priori de la finalidad. Finalidad que, por otra parte, nos aclara sobre aquello que dice que las ideas de la razón descubren la tarea infinita del conocimiento. Ya que, en este sentido, la finalidad aparece precisamente cuando la conciencia descubre sus límites y puede pensar que hay un en sí. Pero curiosamente se trata de unos límites que no limitan, ya que la conciencia puede y debe avanzar en su eterna tarea, y no quedarse pasiva ante dichos límites. La finalidad, en principio, supone un complemento a la explicación mecánica del universo. A saber, la naturaleza, los organismos, los individuos, etc., pueden explicarse por sus causalidades mecánicas. Pero la cuestión no se agota aquí, las causas de los fenómenos se quedan cortas. Necesitamos de la finalidad, si no para explicar nada, sí al menos para rechazar cualquier carácter definitivo de lo explicado. Con el principio de finalidad no alcanzamos a comprender el organismo, pero sí llegamos a concebirlo, y esto es lo que hace falta para describirlo y hacerlo asequible a la mecánica. Es, por lo tanto, una idea que indica a la experiencia la existencia de nuevos problemas, y, los coloca ante los ojos; es una idea que señala los límites de la experiencia, y al mismo tiempo afirma que esos límites no son limitaciones. Es una idea que realiza en la dirección teórica de la conciencia su misión apriorística de unificar y abrir perspectivas siempre nuevas. Como ya sabemos, hay un a priori de la intuición (en función el espacio y el tiempo) y otro del entendimiento (en función de las categorías). Estos dos a priori tienen que ver con el ser de las cosas. Ahora bien, también hay un a priori en la idea. Éste no es otro que la finalidad, y tiene que ver, no ya con el ser, sino con el deber ser de las cosas. Pues bien, el juicio estético se refiere a este tipo de a priori, ya que, ante todo, dicho juicio nos expresa un modo de sentir de las cosas, no un modo de ser de éstas. Como no podría ser de otro modo, la finalidad estética es subjetiva. Esto es, no tiene que ver con la objetiva finalidad de la naturaleza. Se trata, pues, de una finalidad sin concepto; ya que, como venimos insistiendo, a la estética no le interesa la existencia, el ser del objeto. En este sentido, tampoco la finalidad propia de lo agradable y de lo bueno es estética. En el primer caso, la finalidad va unida con el interés de lo que place a los sentidos; y en el segundo, la finalidad va referida a un concepto, pero a un concepto muy especial: el fin en sí. Frente a esto, la finalidad estética se trata de una finalidad sin fin. El arte no tiene fin alguno: no es bueno, agradable o útil; lo cual no impide que encierre una finalidad. Por eso Kant define la belleza, según este momento, como la forma de la finalidad de un objeto en cuanto es percibida en él sin la representación de un fin. Así, el arte es libre juego, y la finalidad estética se refiere a la conciencia misma, a toda conciencia, con su contenido entero, que no a uno o varias determinadas formaciones del espíritu. Éste es el sentido en el cual se excluye de esa finalidad todo fin. La estética queda, pues, perfectamente situada dentro de uno de los dos tipos de finalidad: en su uso teorético, en la naturaleza, (la finalidad) nos permite concebir un objeto natural, refiriéndolo a un concepto de fin; en su uso estético, en la estética, nos permite sentir en una representación su acomodación con la conciencia en general.
Con respecto a la modalidad, Kant sostiene que lo bello posee una relación necesaria con la satisfacción. Ésta se trata de una necesidad muy especial: no tiene nada que ver con la necesidad teórica (objetiva y basada en conceptos), ni tampoco con la práctica (basada en conceptos de una pura voluntad razonable que sirve de regla a los seres libremente activos), sino que, como necesidad pensada en un juicio estético, puede llamarse solamente ejemplar, es decir, una necesidad de la aprobación por todos de un juicio considerado como un ejemplo de una regla universal que no se puede dar. Ni que decir tiene que esta necesidad no es ni mucho menos apodíctica, ya que la apodicticidad se refiere a la necesidad deducida de conceptos. La necesidad, la aprobación por parte de todos los demás, es posible gracias a que se tiene para ello un fundamento que es común a todos, el sentido común. Éste es el que hace posible la necesidad del juicio estético. El sensus communis nace del juego libre de nuestras facultades de conocer, y es el principio subjetivo que sólo por medio del sentimiento, y no por medio de conceptos, aunque, sin embargo, con valor universal, determina qué place y qué disgusta. De aquí que se pueda afirmar que bello es lo que, sin concepto, es conocido como objeto de una necesaria satisfacción.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Interesantísimo!

Agradecería me enviaran sus artículos.