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miércoles, 8 de octubre de 2014

Fenomenología de la percepción. Maurice Merleau-Ponty.



Fenomenología de la percepción.
Maurice Merleau-Ponty.



“Conozco muy mal, desde el interior, la mímica de la ira, con lo que faltaría a la asociación por semejanza o al razonamiento por analogía un elemento decisivo; por otra parte, yo no percibo la ira o la amenaza como un hecho psíquico oculto tras el gesto, leo la ira en el gesto...” (Merleau-Ponty: 1985: 201)

“He ahí por qué en último análisis no podemos concebir una cosa que no sea percibida o perceptible. (...) La cosa nunca puede estar separada de alguien que la perciba, jamás puede ser efectivamente en sí porque sus articulaciones son las mismas de nuestra existencia y se sitúa a la punta de una mirada, o al término de una exploración sensorial, que la inviste de humanidad.” (Merleau-Ponty: 1985: 334.)

“No es con el objeto físico que debe compararse el cuerpo, sino, más bien, con la obra de arte.” (Merleau-Ponty: 1985: 167)

Dice Merleau-Ponty: “Conozco muy mal, desde el interior, la mímica de la ira, con lo que faltaría a la asociación por semejanza o al razonamiento por analogía un elemento decisivo; por otra parte, yo no percibo la ira o la amenaza como un hecho psíquico oculto tras el gesto, leo la ira en el gesto...” (Merleau-Ponty: 1985: 201)
Esto nos lleva a decir que en relación a la parcialidad de la experiencia perceptiva Merleau-Ponty señala que en ella se experimenta que hay más ser de cuanto actualmente se percibe, es decir, una profundidad del objeto que ninguna captación sensorial agotará. De esta manera toda sensación remite al reconocimiento de un horizonte o campo al cual pertenece, en el cual se accede y se abre a un sistema de seres disponibles a los sentidos gracias a un contacto primordial natural. En consecuencia la parcialidad de la experiencia perceptiva no es limitación ni empobrecimiento sino condición de apertura y extensión de horizontes. Se podría decir que el sujeto es un yo natural y el sujeto conciente personal depende de él: éste está sostenido por toda una vida pre-personal o por toda una prehistoria en donde los límites no tienen cabida.
Merleau-Ponty al poner en evidencia la circularidad que caracteriza al ser del sujeto que percibe, acuña una nueva noción de subjetividad, conforme a la cual, el sentido de la conciencia perceptiva, ambiguo y enraizado, es erigido en el sentido originario. En este sentido puede ser reconocido en la medida en que nos instalemos en las conductas perceptivas y desde ellas analicemos esta peculiar relación entre el sujeto, su cuerpo y el mundo.
La percepción reúne nuestras experiencias sensoriales en un mundo único a través de lo que Merleau-Ponty llama síntesis perceptiva que se puede realizar gracias al funcionamiento y uso que el sujeto hace de su disposición orgánica.
Se trata de un cuerpo perceptivo que comporta una conciencia perceptiva a través de la cual el yo accede a un mundo entendido como un ensamble de unidades que manifiestan un sentido para una conciencia que lo percibe. De ahí que se observa una resistencia al reconocimiento de un universo explícito, puesto que para el autor, antes que las cosas sean puros objetos de quienes la ciencia habla, ellos son dimensiones de la existencia en ellos, y hablan en un lenguaje inmediatamente significativo. Por lo tanto, la conciencia perceptiva es la conciencia de un sujeto que se halla en relación con un mundo de significaciones perceptivas, gracias a su cuerpo; por ello es necesario retomar la exploración de ese campo fenomenal donde el mundo no es mundo objetivo y donde el sujeto no es cógito reflexivo, sino donde el mundo y el sujeto se religan uno sobre el otro y por así decir, se intercambian.
La concepción del cuerpo propio como sistema o estructura lleva a descubrir a la conciencia y al cuerpo como dos aspectos que se implican mutuamente, y exige una nueva concepción del mundo.
El cuerpo y el mundo coexisten interiormente, hay entre los dos un "pacto", origen de un sistema o estructura circular en la cual cada uno tiene existencia y sentido en relación al otro. En otros términos, esta articulación es proyección, relatividad y correlatividad.
La sensorialidad o subjetividad finita remite a la dialéctica del tiempo constituido y del cuerpo constituyente. La reflexión sobre el tiempo hace ver cómo éste no existe más que para una subjetividad. El pasado en sí ya no es, y el futuro en sí que aún, no es, son paradojalmente, por la subjetividad, y en ella la percepción originaria es una experiencia prerreflexiva y preconsciente.
Estamos en condiciones de afirmar que el estrato originario del sentir fundado en la fe originaria de la percepción revela que la unidad del sujeto y la unidad intersensorial de la cosa, se viven y no se piensan. Por esto la percepción originaria es una experiencia que no está constituida por representaciones u objetivaciones
Para Merleau-Ponty el sujeto que siente simpatiza con las cualidades sensibles, haciéndolas suyas, sin posibilidad de enfrentamiento entre exterioridad e interioridad. “He ahí por qué en último análisis no podemos concebir una cosa que no sea percibida o perceptible. (...) La cosa nunca puede estar separada de alguien que la perciba, jamás puede ser efectivamente en sí porque sus articulaciones son las mismas de nuestra existencia y se sitúa a la punta de una mirada, o al término de una exploración sensorial, que la inviste de humanidad.” (Merleau-Ponty: 1985: 334.). En consecuencia, la distinción clásica paciente-agente pierde su razón de ser. Lo sensible no está ante el cuerpo oponiéndose sino que tiende a él, lo requiere y debe encontrar la actitud que posibilite su determinación. De esta manera el espectáculo percibido, por una parte, resulta de una reciprocidad y empeño mutuo, y por otra parte, no es una realidad pura, sino por el contrario, está atravesado por toda una historia individual.
El reconocimiento de esta circularidad a nivel del cuerpo propio y en particular del sentir, permite dejar de lado la oposición entre el en sí y el para sí. La conciencia perceptiva es una conciencia anónima y parcial: es anónima porque la percepción se cumple en una esfera de generalidad que expresa una situación dada. El sujeto de la percepción no es un sujeto libre, medida de sí mismo que se reconoce como individuo único y la experiencia perceptiva es un impersonal, un se que percibe en el yo. Toda ella se hace presente desde horizontes pre-personales o medio contextual que la exceden y guarda una absoluta dependencia con una sensibilidad que, al mismo tiempo, es anterior y posterior a ella. Su anonimato remite en definitiva a ese yo puedo, ya comprometido con ciertos aspectos del mundo y sobre el cual se configurará un yo que decide y por lo tanto responsable. Es un sujeto sin identidad personal que vive fuera de sí y se confunde con el espectáculo percibido. Así como la ambigüedad no constituye una imperfección de la existencia sino su mejor modo de ser, de la misma manera el anonimato de la sensación es la posibilidad de su identidad.
El haber excluido la noción de un yo como un para-sí autónomo y de un mundo en-sí acabado y definido, permite reconocer una experiencia del yo y una experiencia del mundo. El sentido de la experiencia del yo no es el de una subjetividad absoluta sino de un yo que se hace y deshace en el transcurso del tiempo a la que le corresponde una experiencia del mundo en el sentido de una totalidad abierta e incompleta. Y si se puede hablar de una unidad entre ambas, hay que reconocerlas como una "unidad presuntiva" en el horizonte de la experiencia.
La Fenomenología de la percepción se ubica en el interior de los sujetos, para mostrar primero cómo el saber adquirido nos invita a concebir las relaciones con el cuerpo de esos sujetos y su mundo.
El propósito de dejar de lado la alternativa entre el punto de vista objetivo y el punto de vista subjetivo, conduce al problema tradicional de las relaciones entre el alma y el cuerpo, o en otras palabras a las relaciones del sujeto y las condiciones orgánicas de su vida, por lo tanto la percepción, puesto que ella es la unión de los dos órdenes, es nuestro tema.
La dialéctica conciencia-cuerpo reconoce a la percepción como una recreación o reconstitución del mundo en cada momento, en la cual el mundo inviste a la subjetividad y excluye toda posible alternativa que privilegie uno de los términos porque las cualidades sensibles se ofrecen con una fisonomía motriz que excluye comprender a la sensación como la simple conciencia de los cambios de lugar, para reconocerla como una función. En consecuencia el sujeto de la percepción no es ni un pensador que conoce una cualidad ni un medio inerte afectado por ella, sino es una potencia que "co-nace" a un cierto medio de existencia. “No es con el objeto físico que debe compararse el cuerpo, sino, más bien, con la obra de arte.” (Merleau-Ponty: 1985: 167). Antes que el cuerpo sea un objeto que se pueda concebir en su totalidad y tratarlo como una cosa, él es una dimensión de la propia existencia. El cuerpo es primeramente cuerpo vivido.
La ambigüedad es la característica decisiva que permite comprender este sistema circular. Lo sensible tiene una significación motriz y vital que se propone al cuerpo y éste lo asume coexistiendo con ella. La experiencia de esta unidad viviente de nosotros mismos y del mundo, se fundamenta en la experiencia del cuerpo propio como en su origen y su manifestación más originaria. En definitiva, se trata de la cuestión fundamental, a saber, el problema del hombre que es a la vez objeto entre los objetos, y sujeto origen del sentido.
El cuerpo es quien da sentido no sólo al objeto natural sino al objeto cultural, como son los vocablos, los cuales son primero un acontecimiento que capta mi cuerpo y luego un anuncio de un concepto, y circunscribe la zona de significación a la que el cuerpo se refiere.
El arco intencional corresponde a una intencionalidad operante motriz que define a la intencionalidad en acto y la hace posible. Este arco intencional se encuentra a la base de todas las manifestaciones de la vida de la conciencia. Se impone porque constituye la esfera del "yo puedo", porque es la base del esquema corporal y el fundamento del cuerpo como origen de significación. El cuerpo es un plexo de significaciones vivientes que organiza el mundo según sus proyectos, nos abre al mundo y carece de la existencia de las cosas porque siempre escapa de sí al esbozar sus intenciones. Esta proyección de significaciones nos revela el carácter de éxtasis del sujeto como apertura y presencia en el mundo.
Deja atrás al sujeto reflexivo como sujeto fundante y se vuelve al sujeto encarnado fijado en un medio contextual. La percepción del espacio no es un estado de conciencia sino que expresa a través de sus modalidades la vida total del sujeto y refunda la fijación en el mundo.
Esta nueva noción de subjetividad conduce a reconocer a la existencia como ser arrojado en el mundo y empeñado en él porque es una existencia dada como una forma de existencia que se da en una coexistencia del que siente y lo sensible, coexistencia que además manifiesta una manera particular del ser en el espacio. La experiencia del yo anclada en la experiencia sensorial, entendida como reanudación de una forma existencial, remite a una experiencia de un mundo tal, en el que la significación de los sentidos sólo se distingue en un campo o trasfondo de un mundo común. La subjetividad que percibe entraña esta nueva idea de mundo y de objeto percibido; y origina una nueva teoría del cuerpo propio, que es al mismo tiempo, una nueva teoría de la percepción y del mundo.


Párrafos seleccionados de Fenomenología de la percepción.
Editorial Planeta-De Agostini, Barcelona. 1985.

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