Fenomenología de la
percepción.
Maurice
Merleau-Ponty.
“Conozco muy mal, desde el interior,
la mímica de la ira, con lo que faltaría a la asociación por semejanza o al
razonamiento por analogía un elemento decisivo; por otra parte, yo no percibo
la ira o la amenaza como un hecho psíquico oculto tras el gesto, leo la ira en
el gesto...” (Merleau-Ponty: 1985: 201)
“He ahí por qué en último
análisis no podemos concebir una cosa que no sea percibida o perceptible. (...)
La cosa nunca puede estar separada de alguien que la perciba, jamás puede ser
efectivamente en sí porque sus articulaciones son las mismas de nuestra
existencia y se sitúa a la punta de una mirada, o al término de una exploración
sensorial, que la inviste de humanidad.” (Merleau-Ponty: 1985: 334.)
“No
es con el objeto físico que debe compararse el cuerpo, sino, más bien, con la
obra de arte.” (Merleau-Ponty: 1985: 167)
Dice Merleau-Ponty: “Conozco
muy mal, desde el interior, la mímica de la ira, con lo que faltaría a la
asociación por semejanza o al razonamiento por analogía un elemento decisivo;
por otra parte, yo no percibo la ira o la amenaza como un hecho psíquico oculto
tras el gesto, leo la ira en el gesto...” (Merleau-Ponty: 1985: 201)
Esto nos lleva a decir que
en relación a la parcialidad de la experiencia perceptiva Merleau-Ponty señala
que en ella se experimenta que hay más ser de cuanto actualmente se percibe, es
decir, una profundidad del objeto que ninguna captación sensorial agotará. De
esta manera toda sensación remite al reconocimiento de un horizonte o campo al
cual pertenece, en el cual se accede y se abre a un sistema de seres
disponibles a los sentidos gracias a un contacto primordial natural. En
consecuencia la parcialidad de la experiencia perceptiva no es limitación ni empobrecimiento
sino condición de apertura y extensión de horizontes. Se podría decir que el
sujeto es un yo natural y el sujeto conciente personal depende de él: éste está
sostenido por toda una vida pre-personal o por toda una prehistoria en donde
los límites no tienen cabida.
Merleau-Ponty al poner en
evidencia la circularidad que caracteriza al ser del sujeto que percibe, acuña
una nueva noción de subjetividad, conforme a la cual, el sentido de la
conciencia perceptiva, ambiguo y enraizado, es erigido en el sentido
originario. En este sentido puede ser reconocido en la medida en que nos
instalemos en las conductas perceptivas y desde ellas analicemos esta peculiar
relación entre el sujeto, su cuerpo y el mundo.
La percepción reúne nuestras
experiencias sensoriales en un mundo único a través de lo que Merleau-Ponty
llama síntesis perceptiva que se puede realizar gracias al funcionamiento y uso
que el sujeto hace de su disposición orgánica.
Se trata de un cuerpo
perceptivo que comporta una conciencia perceptiva a través de la cual el yo
accede a un mundo entendido como un ensamble de unidades que manifiestan un
sentido para una conciencia que lo percibe. De ahí que se observa una
resistencia al reconocimiento de un universo explícito, puesto que para el autor,
antes que las cosas sean puros objetos de quienes la ciencia habla, ellos son
dimensiones de la existencia en ellos, y hablan en un lenguaje inmediatamente
significativo. Por lo tanto, la conciencia perceptiva es la conciencia de un
sujeto que se halla en relación con un mundo de significaciones perceptivas,
gracias a su cuerpo; por ello es necesario retomar la exploración de ese campo
fenomenal donde el mundo no es mundo objetivo y donde el sujeto no es cógito
reflexivo, sino donde el mundo y el sujeto se religan uno sobre el otro y por
así decir, se intercambian.
La concepción del cuerpo
propio como sistema o estructura lleva a descubrir a la conciencia y al cuerpo
como dos aspectos que se implican mutuamente, y exige una nueva concepción del
mundo.
El cuerpo y el mundo
coexisten interiormente, hay entre los dos un "pacto", origen de un
sistema o estructura circular en la cual cada uno tiene existencia y sentido en
relación al otro. En otros términos, esta articulación es proyección, relatividad
y correlatividad.
La sensorialidad o
subjetividad finita remite a la dialéctica del tiempo constituido y del cuerpo
constituyente. La reflexión sobre el tiempo hace ver cómo éste no existe más
que para una subjetividad. El pasado en sí ya no es, y el futuro en sí que aún,
no es, son paradojalmente, por la subjetividad, y en ella la percepción
originaria es una experiencia prerreflexiva y preconsciente.
Estamos en condiciones de
afirmar que el estrato originario del sentir fundado en la fe originaria de la
percepción revela que la unidad del sujeto y la unidad intersensorial de la
cosa, se viven y no se piensan. Por esto la percepción originaria es una
experiencia que no está constituida por representaciones u objetivaciones
Para Merleau-Ponty el sujeto
que siente simpatiza con las cualidades sensibles, haciéndolas suyas, sin
posibilidad de enfrentamiento entre exterioridad e interioridad. “He ahí por
qué en último análisis no podemos concebir una cosa que no sea percibida o
perceptible. (...) La cosa nunca puede estar separada de alguien que la
perciba, jamás puede ser efectivamente en sí porque sus articulaciones son las
mismas de nuestra existencia y se sitúa a la punta de una mirada, o al término
de una exploración sensorial, que la inviste de humanidad.” (Merleau-Ponty:
1985: 334.). En consecuencia, la distinción clásica paciente-agente pierde
su razón de ser. Lo sensible no está ante el cuerpo oponiéndose sino que tiende
a él, lo requiere y debe encontrar la actitud que posibilite su determinación.
De esta manera el espectáculo percibido, por una parte, resulta de una
reciprocidad y empeño mutuo, y por otra parte, no es una realidad pura, sino
por el contrario, está atravesado por toda una historia individual.
El reconocimiento de esta
circularidad a nivel del cuerpo propio y en particular del sentir, permite
dejar de lado la oposición entre el en sí y el para sí. La conciencia
perceptiva es una conciencia anónima y parcial: es anónima porque la percepción
se cumple en una esfera de generalidad que expresa una situación dada. El
sujeto de la percepción no es un sujeto libre, medida de sí mismo que se
reconoce como individuo único y la experiencia perceptiva es un impersonal, un
se que percibe en el yo. Toda ella se hace presente desde horizontes
pre-personales o medio contextual que la exceden y guarda una absoluta
dependencia con una sensibilidad que, al mismo tiempo, es anterior y posterior
a ella. Su anonimato remite en definitiva a ese yo puedo, ya comprometido con
ciertos aspectos del mundo y sobre el cual se configurará un yo que decide y
por lo tanto responsable. Es un sujeto sin identidad personal que vive fuera de
sí y se confunde con el espectáculo percibido. Así como la ambigüedad no
constituye una imperfección de la existencia sino su mejor modo de ser, de la
misma manera el anonimato de la sensación es la posibilidad de su identidad.
El haber excluido la noción
de un yo como un para-sí autónomo y de un mundo en-sí acabado y definido,
permite reconocer una experiencia del yo y una experiencia del mundo. El
sentido de la experiencia del yo no es el de una subjetividad absoluta sino de
un yo que se hace y deshace en el transcurso del tiempo a la que le corresponde
una experiencia del mundo en el sentido de una totalidad abierta e incompleta.
Y si se puede hablar de una unidad entre ambas, hay que reconocerlas como una
"unidad presuntiva" en el horizonte de la experiencia.
La Fenomenología de la
percepción se ubica en el interior de los sujetos, para mostrar primero cómo el
saber adquirido nos invita a concebir las relaciones con el cuerpo de esos
sujetos y su mundo.
El propósito de dejar de
lado la alternativa entre el punto de vista objetivo y el punto de vista
subjetivo, conduce al problema tradicional de las relaciones entre el alma y el
cuerpo, o en otras palabras a las relaciones del sujeto y las condiciones
orgánicas de su vida, por lo tanto la percepción, puesto que ella es la unión
de los dos órdenes, es nuestro tema.
La dialéctica
conciencia-cuerpo reconoce a la percepción como una recreación o reconstitución
del mundo en cada momento, en la cual el mundo inviste a la subjetividad y
excluye toda posible alternativa que privilegie uno de los términos porque las
cualidades sensibles se ofrecen con una fisonomía motriz que excluye comprender
a la sensación como la simple conciencia de los cambios de lugar, para
reconocerla como una función. En consecuencia el sujeto de la percepción no es
ni un pensador que conoce una cualidad ni un medio inerte afectado por ella,
sino es una potencia que "co-nace" a un cierto medio de existencia. “No
es con el objeto físico que debe compararse el cuerpo, sino, más bien, con la
obra de arte.” (Merleau-Ponty: 1985: 167). Antes que el cuerpo sea un
objeto que se pueda concebir en su totalidad y tratarlo como una cosa, él es
una dimensión de la propia existencia. El cuerpo es primeramente cuerpo vivido.
La ambigüedad es la
característica decisiva que permite comprender este sistema circular. Lo
sensible tiene una significación motriz y vital que se propone al cuerpo y éste
lo asume coexistiendo con ella. La experiencia de esta unidad viviente de
nosotros mismos y del mundo, se fundamenta en la experiencia del cuerpo propio
como en su origen y su manifestación más originaria. En definitiva, se trata de
la cuestión fundamental, a saber, el problema del hombre que es a la vez objeto
entre los objetos, y sujeto origen del sentido.
El cuerpo es quien da
sentido no sólo al objeto natural sino al objeto cultural, como son los
vocablos, los cuales son primero un acontecimiento que capta mi cuerpo y luego
un anuncio de un concepto, y circunscribe la zona de significación a la que el
cuerpo se refiere.
El arco intencional
corresponde a una intencionalidad operante motriz que define a la intencionalidad
en acto y la hace posible. Este arco intencional se encuentra a la base de
todas las manifestaciones de la vida de la conciencia. Se impone porque
constituye la esfera del "yo puedo", porque es la base del esquema
corporal y el fundamento del cuerpo como origen de significación. El cuerpo es
un plexo de significaciones vivientes que organiza el mundo según sus
proyectos, nos abre al mundo y carece de la existencia de las cosas porque
siempre escapa de sí al esbozar sus intenciones. Esta proyección de
significaciones nos revela el carácter de éxtasis del sujeto como apertura y
presencia en el mundo.
Deja atrás al sujeto
reflexivo como sujeto fundante y se vuelve al sujeto encarnado fijado en un
medio contextual. La percepción del espacio no es un estado de conciencia sino
que expresa a través de sus modalidades la vida total del sujeto y refunda la
fijación en el mundo.
Esta nueva noción de
subjetividad conduce a reconocer a la existencia como ser arrojado en el mundo
y empeñado en él porque es una existencia dada como una forma de existencia que
se da en una coexistencia del que siente y lo sensible, coexistencia que además
manifiesta una manera particular del ser en el espacio. La experiencia del yo
anclada en la experiencia sensorial, entendida como reanudación de una forma
existencial, remite a una experiencia de un mundo tal, en el que la
significación de los sentidos sólo se distingue en un campo o trasfondo de un
mundo común. La subjetividad que percibe entraña esta nueva idea de mundo y de
objeto percibido; y origina una nueva teoría del cuerpo propio, que es al mismo
tiempo, una nueva teoría de la percepción y del mundo.
Párrafos seleccionados de
Fenomenología de la percepción.
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